En la vida, uno siempre está buscando ser "el más algo" del grupo. Los grupos y los algos cambian, claro, pero siempre somos esclavos de ese apetito de la naturaleza que nos obliga a competir y entonces, la competencia nos conduce a la mejora continua.
No siempre es mejora.
El querer ser el más pendejo del grupo te puede llevar a lugares absurdos, ridículos. Por ejemplo la vez que Julián fue a ver Trainspotting con sus ex-compañeros de colegio. Estaban los cuatro recién egresados de institutos y bachilleratos que habían ocupado sus dos años posteriores a la graduación de secundaria. Julián ya llevaba varios títulos de hoy dudoso mérito como "el más borracho del grupo", "el más gracioso", "el más relajado". Quizás Julián ya era "el más pendejo del grupo" pero había ahora que mantenerse vigente. Con el tiempo, estos títulos probarían su nocividad.
Trainspotting es una película con mucha droga, heroína, amistad, violencia. Todas ellas le faltaban a Julián en la vida. Sugestionado por la brillantez de la historia y lo vívido de los personajes, Julián abandonó ese cine sintiéndose un junkie escocés que había escogido no escoger. El y sus tres amigos, cuyos nombres es mejor mantener en el anonimato, salieron del cine y caminaron por las veredas iluminadas de la noche miraflorina. Mientras caminaban, Julián recordó la historia que le contaba su viejo sobre como él había ensamblado e instalado en un solo día el multicolor barco a velas de neón que anunciaba el chifa en el tercer piso del cine que estaban dejando atrás. Concluyó que contar esa historia no le serviría de nada en la competencia de pendejos.
Había una librería. Entraron. La librería tenía segundo piso y hacia allá también fueron. Nadie planeaba comprar nada. Julián tampoco. Es más, es muy probable que hasta entonces Julián nunca hubiera comprado un libro en una librería. Los compraba de segunda en los ambulantes del centro.
A Julián le gustó un libro. El papel era suave, los colores brillantes, el olor a nuevo. Se llamaba "Una Historia Moderna de la Bicicleta". Los tres dependientes estaban distraídos, uno en la caja el otro ordenando y el otro con un cliente. Sus tres amigos estaban desperdigados, hojeando sus intereses, alguno desinteresado por completo, esperando nada más el momento de irse. Julián tenía el libro en la mano y dudaba. Era cuestión de atreverse, siempre es solo cuestión de atreverse. En la portada una mujer con falda al viento se atrevía a manejar su bicicleta frente al mar. Sonreía. Podría tener esa sonrisa siempre, en su cuarto si tan solo lograra poner ese libro bajo el elástico de su bermuda y cubrirlo por un polo del Pato Pascual. Y luego salir, esa era la parte más difícil.
"Ya me había dado cuenta y rogaba que no lo hicieras".
Julián miraba a todos lados, sonreía él ahora, nervioso. Paseaba el libro hacia todos lados. Pero no tuvo el valor para ser el más pendejo de todos.
En la caminata post-librería quiso salvar en algo su título cuando contó lo que había querido hacer con ese libro que ya no llevaba en la mano. Dos de sus amigos lo ignoraron, solo uno respondió con la frase. Luego pasaron a hablar de academias e intenciones, el título al parecer quedaba vacante y Julián nunca más volvería a recuperarlo.
Había una librería. Entraron. La librería tenía segundo piso y hacia allá también fueron. Nadie planeaba comprar nada. Julián tampoco. Es más, es muy probable que hasta entonces Julián nunca hubiera comprado un libro en una librería. Los compraba de segunda en los ambulantes del centro.
A Julián le gustó un libro. El papel era suave, los colores brillantes, el olor a nuevo. Se llamaba "Una Historia Moderna de la Bicicleta". Los tres dependientes estaban distraídos, uno en la caja el otro ordenando y el otro con un cliente. Sus tres amigos estaban desperdigados, hojeando sus intereses, alguno desinteresado por completo, esperando nada más el momento de irse. Julián tenía el libro en la mano y dudaba. Era cuestión de atreverse, siempre es solo cuestión de atreverse. En la portada una mujer con falda al viento se atrevía a manejar su bicicleta frente al mar. Sonreía. Podría tener esa sonrisa siempre, en su cuarto si tan solo lograra poner ese libro bajo el elástico de su bermuda y cubrirlo por un polo del Pato Pascual. Y luego salir, esa era la parte más difícil.
"Ya me había dado cuenta y rogaba que no lo hicieras".
Julián miraba a todos lados, sonreía él ahora, nervioso. Paseaba el libro hacia todos lados. Pero no tuvo el valor para ser el más pendejo de todos.
En la caminata post-librería quiso salvar en algo su título cuando contó lo que había querido hacer con ese libro que ya no llevaba en la mano. Dos de sus amigos lo ignoraron, solo uno respondió con la frase. Luego pasaron a hablar de academias e intenciones, el título al parecer quedaba vacante y Julián nunca más volvería a recuperarlo.
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