27/1/19

Javier y el perro

Después de un año y medio en un cuarto alquilado, había vuelto a la casa materna. Dos días después se apareció en la puerta de la casa un camión de la Pilsen premiándome por haber acertado cuatro resultados deportivos. Me correspondían 20 cajas de cerveza, que dónde las ponían. Ocupaban tanto espacio que preferimos vender las que no nos pudimos tomar. Dos cajas se quedaron para compartirlas con los amigos. A uno el optimismo lo hace pensar que tiene muchos amigos. De los pocos que tenía en realidad, solo uno me acompañó aquella vez. 
Javier vino para la casa una tarde de sábado. Subimos a mi cuarto y prendimos la PC para escuchar mis nuevos CDs piratas con toda la intención de deshacernos de esas 24 botellas de cerveza gratis. Él sentado en el sillón viejo que sobrevivía en mi cuarto su vergonzante retiro. Yo en la silla frente a PC. Sin internet de por medio, la borrachera llegó pronto entre palabras dedicadas al cine, los libros pero sobre todo a los sueños literarios que compartíamos.
Extendida la velada hasta antes del meridiano, el amigo terminó dormido en el sillón hoy ya inexistente. Sonaba alguna del Revolver de los Beatles. Quizás la poesía nos diría que era I'm Only Sleeping pero la prosa, siempre precisa nos cuenta que era For No One. No esperé que terminara la canción para apagar la PC. Alcancé mi cama entre la bruma de cebada y dos minutos después estaba soñando con cualquier cosa que no fuera ser escritor.
No duró mucho pues tres horas más tarde me despertaron los sonidos que producía la lengua del perro mientras lamía el vómito de Javier junto al sillón. Cuando despertó, el perro todavía estaba allí. Entonces Javier incorporose lentamente, echose a andar.

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