1/10/18

Chapita dios

Cuando me dieron a leer Platero y Yo, Perú buscaba clasificar a México 86. El mundo lo iba conociendo de la mano de mi hermana y en el colegio mi mejor amigo, Peña, se tuvo que ir de la ciudad porque si no, el asma lo mataba. Entonces, a la hora de salida, antes de su partida, el buzo que era celeste y azul, lo volvíamos rojo en nuestra imaginación y en esa inmensa cancha de fulbito éramos Velásquez o Acasuzo contra colombianos, argentinos y venezolanos. No teníamos el lujo de una pelota así que jugábamos con una chapita obtenida en las inmediaciones del kiosko. Como todos, claro. Partidos intensos, uno enfrentado al otro, el fútbol era simple. Perfecto.
A veces la pregunta es si aún existirá esa cancha primitiva. Porque el colegio ya no. Lo convirtieron en otro colegio,uno hermético, de esos para adultos que quieren aprender a hablar con dios. Ese dios que en la época de Platero y Yo vivía en la capilla que estaba junto a esa cancha de fulbito, en el patio de ese colegio, en ese año de eliminatorias. Y ese año, algunos días dios se permitía volverse chapita y fútbol para alegrarnos la espera a Peña y a mi.
Todo así, hasta que un día el invierno de Magdalena se llevó a mi amigo y los años me arrancaron de esa cancha de fulbito, cuya existencia hoy en día, solo dios sabe.


23/5/18

El fútbol aburrido

Hay un 99.9% de probabilidades que Guerrero no vaya al mundial. Y con la confirmación de su ausencia, se acabará la última duda que rodea a la selección. Mejor dicho, la última opción de polémica.
Por eso es que venimos hablando de ello desde hace diez días, por la pura costumbre. Y eso, por una parte es bueno, pues quiere decir que la selección ya no genera dudas. El equipo lo sabemos todos de memoria, confiamos en la capacidad de los protagonistas, sabemos que van a trabajar de la manera correcta, todo está correctamente planificado. Solo nos queda tiempo, esperar que la fiesta inicie. Nos queda ensayar nuestras celebraciones, planear el con quién, el bebiendo y comiendo qué, el cómo, el cuándo.
Entonces, en la certeza del trabajo bien hecho, nos quedamos sin qué comentar. Nos quedamos sin opiniones qué intercambiar. Por eso intercambiamos figuritas. Pero también, pasada la fiebre, esto ya no nos satisface. Escuchamos los programas deportivos y es más de lo mismo, jugadores declarando lo mismo, comentaristas comentando más de lo mismo, en los programas de televisión que predecían tener material de sobra cada día para llenar no 24 sino 48 horas diarias de información, hoy solo vemos entrenamientos en Videna que no entendemos pues no es más que uno de nuestros jugadores riendo o pateando una pelota al azar. No hay más que mostrar. Sin embargo, seguimos a la búsqueda de algo que decirnos. Es costumbre, nomás. El fútbol de repente se volvió aburrido.
Pero es que hoy no hay ya nada que decir.
Durante 36 años hablamos porque era lo único en lo que podíamos competir. En hablar. Hablábamos mil veces, diez mil, nos rodeaban todas las palabras de la tierra pero el cadáver no se echaba a andar. Seguíamos muertos. Porque si algo había que hacer era jugar y allí es donde fallábamos. El que gana no es el que más habla sino el que más goles hace. Y el gol es el lenguaje del fútbol, aunque sea una metáfora trillada. Y otra más: Goles son amores y no buenas razones. Como se dice de cualquier 9: tiene que hablar con goles.
Así que ahora damos un paso adelante y cambiamos de lenguaje. Ahora nos toca hablar en la cancha. Nos toca taparle la boca a todos para que nos vean hablar. Y gritar.
Hoy más que nunca y durante las próximas tres semanas, las palabras sobran. Y luego podremos decir con una sonrisa: ¡Qué aburrido era hablar de fútbol! ¡Qué aburrido era buscar en las palabras una solución que estaba en el campo!
O quizás no lo diremos y simplemente sonreiremos sin decir una palabra.

22/5/18

Temblor

Un día la tierra se movió y James, que estaba en cuclillas, se cayó de poto. Joel, sentado en el suelo, lo vio caer y se rió tan fuerte, que sus carcajadas lo derribaron también. Los naipes con los que habían estado jugando seguían en el suelo y así, todos terminaron desparramados sobre el suelo rojiamarillo de la quinta.
No tardó en salir la mamá con un pañuelo en la cabeza cubriéndole los ruleros. 'Temblor', les dijo y James aún con el trasero en el suelo pero ahora recostado contra la pared dijo que él lo había sentido, que por eso se había caído. Joel escuchaba atento y ya no reía.
Mamá se llevó a Joel adentro mientras James, al contrario, salía por ese largo túnel sin techo que era la quinta hacia la calle. No tardó en volver con las noticias. 'Se ha caído la casa del malecón'. Mamá no le creía. 'Sí, Martin vino corriendo y nos dijo'. Joel aprovechó la confusión y salió de casa. Salió de la quinta. Se enrumbó al malecón, que estaba apenas a una cuadra de la casa.
Le decían malecón pero no era más que un acantilado. Y allí estaba la casa. James divisó a Joel y lo alcanzó. La casa era enorme y hermosa. Ya no existe nada de ella. Su fachada daba a la pista que corría paralela al mar 100 metros más abajo. En realidad entre la fachada y la pista había un parque de unos 30 x 30 que hacía las veces de su jardín particular. Allí, al centro de ese parque estaba el busto a Túpac Amaru al pie del cual años más tarde James enterraría a su pequeña mascota. En esos dos pisos había opulencia, ventanales con vidriería trabajada por artistas, paredes con relieves, diseños cuidadosos para algún aficionado al mar que entonces solo tenía que abrir su ventana posterior y lo tenía frente a sí. El mar era ahora inalcanzable, quizás en otro tiempo una escalerilla lo hubiera unido a la casona.
Hasta allí llegaron Joel y James. Cruzaron el parque decididos. Más allá no había más que tierra muerta y piedras tipo cascajo, endurecidas por el sol de los mediodías que empeora con la brisa marina. El viento soplaba fuerte, ellos avanzaban hacia el borde del barranco, hacia el costado de la casa, queriendo ver la evidencia, el cuarto expuesto tras la repentina caída de un buen pedazo de casa. Querían ver el trozo de casa en algún lugar de esa caída hasta el mar. Querían ver el trozo de casa flotando en el mar y alejándose quién sabe hasta qué lejano país del oriente. En vez de eso salió por la puerta un viejo en guayabera con el periódico abierto y leyéndolo mientras caminaba lentamente. Apenas se distrajo con ellos, les regaló una mirada fugaz, suficiente para saber que eran inofensivos. Siguió su camino mientras James y Joel se volvieron a mirar el mar y disimulando sus intenciones, fabricaban en sus mentes un sueño nuevo.

21/5/18

Las Tradiciones Peruanas

Al verlo supe que nada había cambiado. Está más viejo pero conserva el olor a libro clásico de aquellos tiempos. Sus páginas siguen suaves, sutiles, pero igual de poderosas que hace 30 años. Lo comprobé ya en casa, cuando en el silencio de la noche, mientras los demás dormían, volví a abrir mi viejo ejemplar de Las Tradiciones Peruanas.
Allí estaba la prosa de Palma. Limpia, precisa, de infinitas variantes. Me contaba entonces como ahora de una ciudad hermosa, viva como su gente, rebelde a su manera, de un país que va surgiendo, de cómo el presente se ha ido haciendo. De cómo aquellos, en esos tiempos tan idos son tan parecidos a estos de tiempos presentes.
Lima se hace de calles y estas se pueblan de criollos, de negros, de chapetones, de mestizos e indios y entonces ya no solo importan las revoluciones y las guerras sino la minucia, eso que todo el mundo desprecia pero que es en realidad lo que causa todo. Los apetitos de un virrey, la envidia de un conquistador, el amor de un inca, la angurria de un libertador. Cientos de ejemplos en papel de biblia, tapas duras y hoy en día con el lomo ausente por el uso.
Muy poco queda de esas historias en estas calles que hoy caminamos. Incluso en aquel tiempo, cuando caminaba las mismas calles cogido del dedo de mi viejo, reconociendo lugares, buscando La Casa de Pilatos o la Calle de la Manita, eran escasos los vestigios. Pero allí están a veces y es suficiente. Porque en lo que es hoy reconocemos la herencia de lo que fuimos. Porque ese balcón republicano no es el que construyeron hace 400 años pero está en el mismo lugar y tiene la misma forma que aquel. Porque la historia se repite y hoy como entonces tenemos Perricholis, Demonios de los Andes, Bolívares, Abascales, Pejes Chicos, todos esos personajes que se ocupan de poner la ficción en la realidad gris del siglo XXI. Realidad que, como lo comprueban estas miles de tradiciones, siempre  supera a la ficción.

16/4/18

Reidiojed

El primer mp3 que compré fue allá por el 2004. Era una cuestión novedosa, parecía un supositorio mágico que llenabas de música y al que podías meter en un bolsillo, o, como yo lo hacía en aquel tiempo, colgarte del cuello. 
Su capacidad limitada apenas alcanzaba para llevar contigo un álbum de cualquier banda, nueva o antigua, solo diez canciones y repetirlas al infinito hasta ponerlas de moda en tus oídos caminantes o pasajeros. El mp3 trajo la descarga de toda la música, tenerla al alcance de la mano. El infinito-que-te-abruma.
En aquel entonces yo viajaba largas distancias. Pasaba horas sentado con algún libro en la mano, no siempre leyéndolo, libros que le robaba a mi hermano, como tantas cosas que le he robado en la vida. Era natural que un día pusiera en el dichoso mp3 el OK Computer de Radiohead.
Creep estuvo de moda durante la explosión de lo alternativo post-nirvana. Una canción más entre tantas que sonaron durante mi adolescencia pajera. Mencionaban también a Radiohead en una película con Alicia Silverstone, donde ella era la rubia boba que no entendía la gran profundidad de su música. A mi hermano, el de los libros, también le gustaba, un robo más, qué importa. Eso era todo el Radiohead que tenía hasta entonces, suficiente para intentarlo. Había que escucharlos y tenía que gustarme, a mí, al intelectual que paseaba libros.
En el último asiento de un bus hacia La Victoria, despatarrado sobre el mismo, le di play. El inicio de Airbag golpeó sólido, esto es lo que esperaba, la música para el cerebro de la que todos hablaban. Lástima que tenía letra y que por aquel tiempo yo hubiera empezado las clases de inglés que iniciaron todo. Lástima que estuviera obsesionado con traducirlo todo. Lástima que tuviera letras tan difíciles. Lástima que no tuviera paciencia y dos días más tarde abandonara esa letra que sonaba tan bien pero que apenas me decía que alguien había nacido de nuevo y que volvía para salvar el universo. Lo intenté pero, como tantas cosas en la vida, lo abandoné. Fue remplazado por Babásonicos y su "Quiero revolcarme con vos."
Esto es todo lo que me quedó de ellos, apenas el recuerdo de un intento fallido. Algo en común tenemos Alicia y yo, no entendemos a Radiohead.