29/9/17

CAMINAR

Caminar es lo que finalmente nos distinguió de los monos. Pasar de necesitar cuatro patas a dos piernas sencillas para moverse de un lado a otro nos ha llevado hasta la luna donde finalmente, nuestro objetivo último era caminar.
Se aprende a caminar al llevar aproximadamente un año de vida. Los caminos son inciertos entonces y contrario a lo que se cree, así permanecen por el resto de la vida. Se camina de la mano de papá o mamá hasta que se encuentra el amor, que entonces se camina de la mano de esa persona que nos evitará tropezar con la misma piedra como le sucedió a Julio Iglesias.
Se puede hacer en compañía, claro, pero no más de dos personas al mismo tiempo. Es lo que soporta cualquier vereda pues de tres para arriba, habrá momentos de confusión en los que no se sepa quien deberá pasar primero. Esto activará la conciencia de que en todo grupo de personas hay jerarquías. Activará entonces el respeto, que es enemigo de la conversación pues esta necesita de apertura total tanto en lo por decir como en lo por escuchar.
Machado lo dice y Serrat lo canta: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Los caminos de la vida no son lo que Vicentico esperaba y las Bangles han caminado como egipcias por más de tres décadas.

Se camina siempre hacia un lugar aunque a veces no sepamos cuál es.

28/9/17

EL HINCHA DEL MUNI

¿Qué será de ese hincha enfermo del Municipal que en los 80s se pasaba el partido entero corriendo a lo largo de la parte más baja de oriente ida y vuelta, gritando desaforadamente durante 90 minutos?
Pantalón crema, correa negra, camisa blanca empapada de sudor, moreno y con una calvicie prominente igual que su barriga. Allí iba, corriendo de un área a otra, como un animal salvaje, enjaulado, separado de su pasión por un alambrado inapelable, ajeno a las burlas de los novatos y a la indiferencia de los espectadores habituales, a quienes ya había dejado de estorbar o sorprender.
En los tripletes dominicales, él solo llegaba a ver el partido de su querido Muni y luego, tras 90 minutos de intensa actividad, se desvanecía en el anonimato para volver siete días más tarde, al clímax de su afición, a su literal razón de vivir.
Imagino a este hombre en su cotidianeidad, en una oficina de paredes blancas, sentado ante un escritorio lleno de papeles, soñando cada hora de esos seis días en el gol del domingo, en el penal que tapará su arquero cuando él le diga a qué lado arrojarse, en el grito de gol aferrado a la malla metálica mientras ignora a toda una tribuna, en la vuelta olímpica que acompañará algún día.
¿Habrá sufrido con su Muni en la liga del Cercado? Sus gritos acompañando al equipo ahora en canchas sin alambrado, metiéndose a la cancha tras cada gol, abrazando la primera camiseta blanquirroja que se le cruzara en el camino. Dando vueltas olímpicas intrascendentes en canchas con más tierra que pasto, cogiendo del hombro a cada entrenador al que quisiera darle esos consejos de más de 50 años ininterrumpidos de ver fútbol.
Seguramente nada de eso importaba. Solo ver a esos jóvenes enfundados en una camiseta con una banda roja cruzándoles el pecho. Y ser feliz si se gana, caer en el abatimiento si se pierde. Llorar de rabia ante el descenso, hincha. El fútbol es así, no lo he inventado yo.
mis15mins.blogspot.pe

27/9/17

HUAYCÁN

Cuando mamá decía "Me voy a Huaycán" significaba que tendríamos el domingo libre, pues papá seguiría leyendo su periódico, mientras nosotros nos apoderaríamos de cada rincón de esa casa ajena para intervenirla a nuestro placer.
Ir a Huaycán tomaba horas. Ella lo hacía porque tenía el sueño de la casa propia. Donde fuera. Como fuera. Por muchos años supimos que un día sus trajines nos llevarían a conocer aquel Huaycán y a terminar asentándonos allí mirando hacia el futuro infinito.
Cuando mamá volvía esos domingos ya hacia el ocaso, lo hacía agotada. Sus zapatos estaban llenos de tierra igual que su cabello sometido a permanentes permanentes. Y se bañaba y luego se sentaba a contarnos, mientras lustraba sus zapatos, que había estado en una reunión, que su terreno era cuestión de tiempo, que era lejos pero bonito. A nadie le importaba realmente, solo a ella. Era su sueño al fin y al cabo, nosotros solo vivíamos en él.
Pero nunca llegué a conocer Huaycán. Probablemente, al hacerse evidente la presencia de Sendero en ese lugar, mamá prefirió replegarse. O quizás, a pesar de todos sus esfuerzos, la única tierra de la que logró apropiarse fue la que trajo en sus cabellos y su calzado en esos domingos. De pronto, ese lugar lejano del que nos contaba mamá fue desapareciendo de nuestro inconsciente familiar hasta renacer años más tarde, con otro nombre y en otro rincón de Lima. Hasta aquel otro lugar llegamos, hace casi 20 años, ya crecidos, para intervenirlo y hacerlo nuestro cuando ella decidió compartirlo, desprendida, con todos aquellos que por años, justamente, no habíamos compartido su sueño.