12/5/16

Micro

Sube el payaso que no se pinta y los chistes son los mismos que el payaso que subió ayer. El chiste del feo, del que se mata por una mujer, los de bañarse. Si no respondes, eres el muerto en vida.
El balanceo es violento pues el chofer lleva prisa. El payaso mientras tanto, ahora está uniendo en matrimonio a dos pasajeros. Las risas aumentan. ¿Cuántas monedas juntará? Suena la marcha nupcial, un minuto después, la boda ha terminado.
Ahora bailará Parluchín. Pero primero el payaso quiere asegurar su trabajo. Así lo dice. Se acerca y las monedas van cayendo en el sombrero de lana. ¿Qué apodo me pondrá? ¿Qué me dirá cuando no le dé nada? Pasó y al verme escribiendo no dijo nada. Llega al fondo y se despide entre bromas.
Leo en el rostro de la mujer sentada a mi lado la decepción por no haber visto bailar a Parluchín. Termina la función.

11/5/16

ídolos

Al primero que recuerdo es a Franco Navarro. A mediados de los 80s gritaba sus goles al máximo de la limitada fuerza de mis pulmones incipientes mientras recreaba su celebración ante Chile deslizando mis rodillas sobre la loseta fría cual si fuera el verde pasto nocturno del estadio nacional de Santiago.
Una noche fui a ver campeonar a la U y el nuevo ídolo era el Diablo Drago. Lo más seguro es que esto se basara nada más que en la complicidad de ese apodo y ese apellido que complementaban sus goles de fuera del área en la liguilla inolvidable del 85.
Después vendría un largo período en el que escasearon y fuimos tan vitales que el fútbol nos servía nada más que para jugarlo y no para imitarlo ni mirarlo.
Llegó el 92 para poder escuchar por primera vez sobre este Carranza al que le gritaban que era lo más grande del fútbol nacional. Minutos después de oír que así lo llamaban apareció en la cancha y la canción sonó absurda, uno más de crema, obrero anónimo de ese 4-0 sobre Cienciano que inauguró mi adolescencia. Tuvieron que pasar dos semanas para verlo enfrentarse al enemigo de azul y blanco. El balón salió disparado a medio metro de su cara y esta evitó (quiero creer que voluntariamente) que llegara a nuestro arco y así convertirse en el empate de esa tarde. El Puma se apoderó de los 90s hasta su despedida en los inicios de los 2000s. Demostró que no se necesitaba ser lo más grande del fútbol nacional para justamente, serlo.
Después ya fui demasiado viejo para creer en ídolos, especialmente cuando el fútbol se volvió un negocio descarado.Viejo entonces, me dediqué a afirmar que 'todo tiempo pasado fue mejor.'

10/5/16

La mano de dios

En ese campeonato entre parroquias católicas, todos hacían trampa. Tenía yo 13 pero me inscribieron para el sub-12 y viendo al otro equipo no podíamos más que estar confiados de enfrentar a ese grupo de pequeños acompañantes de Blancanieves que ahora se dedicaban al fulbito en loza. Al parecer, en aquella parroquia, la torpeza de algún nuevo catequista sin conocimiento de la realidad limeña, lo había llevado a seguir las normas al pie de la letra y presentar un equipo dedicado a demostrar que lo importante es participar, no ganar.
Aparte de mi, un ex-amigo de la época pre-escolar al que le decían Peluca de Fierro, también simulaba una inocencia pre-adolescente que a la simple vista ya estaba diluida en el tiempo. Este partido estaba ya ganado de antemano y luego ya había que pensar en la siguiente ronda y pelear por la copa.
Existe algo llamado justicia divina.
Nos atacaron pocas veces y en una de ellas nos hicimos un autogol. Antes y después de eso el arco de ellos se mantuvo invicto por 100, 200, 1000 minutos, no importaba cuánto durara ese partido, jamás les haríamos un gol .Las manos del arquero eran las de dios, los pies defensores, los de algún santo con estigmas, los palos del arco, hechos de la cruz de cristo, la línea del arco no dejaba pasar las balas, su entrenador caminaba sobre las aguas. Fue imposible empatarlo y nuestro católicísimo Guido a un lado de la cancha se tiraba de los pelos por no poder hacerle un gol al juez de todo.
Desmoralizados, terminamos el partido entre recriminaciones en una torre de babel sin torre y sin las lenguas. Peluca de Fierro me echó la culpa y yo le eché un empujón. Guido no nos habló por una semana. Jamás me volvieron a convocar a ningún equipo del oratorio.
Amén.