He robado mucho en la vida.
El dinero en la refrigeradora se relacionaba con "precios congelados" en el gobierno del corrupto Alan García. Esa era una mente menor de diez con ganas de entender todo lo que veía escuchaba y le caía encima. Eran billetes de 50000 o 100000 intis, nuevos, fríos, uno sobre otro que podían comprar aquello inalcanzable que se vendía a las puertas del colegio católico. Un señor con un gran plástico azul lo colocaba en el suelo y nos deslumbraba con sus juguetes de precios inflados imposibles para cualquiera allí pero a la mano de cualquiera de los padres de los de allí.
El asunto es que querer es poder y se sustrajo ese dinero de la puerta de una refrigeradora que aun hoy existe para comprar un paquetón de sobres. El álbum de El Más y el Menos por completar, una tras otra se iba completando pero la ansiedad es mala consejera y tiene que llenarse hoy, hoja tras hoja repleta. Al salir por la mañana cada mañana por muchos días, semanas y meses, los palipapas saludaban desde una estantería repleta en la tienda del chino Enrique. La señora Rosita, con doscientos años a cuestas tenía la paciencia de entregar el vuelto a un billete de cincuenta para algo que costaba apenas cincuenta centavos.
Todo un día como alumno uniformado de gris en un enorme salón con otros cuarenta y cuatro como uno. No fue más que la antesala a lo que realmente había logrado que uno se levante de la cama esa mañana. El momento en que aparecería en la amplia vereda de ese colegio hoy desaparecido el vendedor de cualquier cosa.
Allí, por unos segundos los demás sintieron envidia. El dinero robado, el paquetón en retorno. Decenas de sobres de figuritas que iría descubriendo en el largo camino de doce cuadras hasta la pequeña casa de Yungay.
El camino quedó marcado por los envoltorios que caían incesantes, culpables, sucios. El álbum igual no se logró completar. Los robos se repitieron una segunda y quizás otras veces más.