Una noche el Chicho y el niño jugaban en algún lugar de la casa. Afuera, en la sala, los mayores conversaban, se reunían, comentaban, quizás bebían, eso ya no se recuerda. Es probable que Marcos también estuviera allí. Había gatos y sus miradas eran alertas, dispuestos a la defensa, al salto escapatorio un segundo antes del ataque más rápido.
- Tía, ¿sabes cómo se llama el peinado de mi tía Adelaida?
- ¿Cómo?
- Viento
-¿Viento?
- Bien torreja.
Y la risa fue general.
El juego siguió hasta que se oyó barullo más allá de la sala. Al comienzo la curiosidad hizo silencio en la sala. El ruido venía de afuera, no la calle sino el pasadizo de esta quinta estrecha. Gritos y recriminaciones. Protestas de una mujer. Bravatas de dos hombres. Desafíos. La mujer está llorando y habla sin que se le pueda entender. Entonces el juego se detiene y ahora al escándalo se aúnan los murmullos de la sala. Se especula, se descifra, se interpreta. Se discute qué hacer. Hay un arma de fuego, uno amenaza, el otro desafía, la mujer sufre y sus súplicas solo parecen estorbar el desenlace seguro temido por todos. De la sala llega el sonido de unas sillas. Se discute qué hacer pero las voces son bajas, temerosas, quedas. La discusión se vuelve cada vez más densa. Se oyen unas negativas. 'Mejor no, papá'. Los pasos son pesados y decididos. Se escucha la puerta abrirse y el sonido se confunde con los gritos de la pelea. El Chicho y el niño se miran. El silencio dura un segundo. El grito destemplado.
¡VELASQUEZ!
Una voz quiebra el murmullo y exige. Vuelve ya. No salgas. La situación se crispa pero inmediatamente inicia su declive. El Chicho y el niño ahora están en la sala. La de la voz está sentada, le habla a Velasquez, pide explicaciones y Velasquez no entiende por qué tanto problema, no entiende el arma desenfundada, el caos de temer, el peligro de meterse. Todos coinciden con la de la voz. Velásquez se defiende y esa noche se va a dormir con la conciencia tranquila, duerme sin entender y es un día más de un largo camino aun sin terminar.
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