Resulta que un día el lugar donde
has vivido toda tu vida y en el que han vivido todos tus antepasados (es decir
tu nación) es ocupado de facto por un país vecino. Entonces, como no tienes los
recursos para afrontar una guerra, le entregas la mitad de tu territorio y te
arrimas más allacito. Pero este país quiere más y poco a poco te hostiga a ti y
a tus paisanos. Tú buscas que la comunidad internacional te apoye en tu lucha
justa por la autonomía de tu territorio, pero como no hay nada de valor allí,
solo desierto, o porque no quieren enemistarse con el país invasor, pues nadie
demuestra suficiente entusiasmo. No te queda más opción que hacer conocer tu
historia país por país, uno por uno para que así tu nación no desaparezca a
manos de los invasores. Lo has logrado con aproximadamente la mitad de los
países del mundo.
Un día el presidente de tu país
conoce al presidente de un país lejano. Es la oportunidad de presentar la
situación y lograr el apoyo de este país, uno más. En la breve conversación, de
manera verbal, se prometen enviar emisarios para establecer relaciones. Todo es
sonrisa y aceptación entre ambos gobernantes.
El emisario es entonces,
finalmente enviado cumpliendo la promesa hecha. Pero al llegar al país de
destino, este emisario es impedido de ingresar al país. Así que decide no irse
y quedarse allí, a las puertas de ese país esperando que alguna autoridad
resuelva su caso y se le permita cumplir con las reuniones pactadas de
antemano. Pero es inútil. Durante tres semanas duerme en los asientos de la
oficina de migraciones, esperando la resolución de su caso. La última semana
que duerme en ese aeropuerto, lo tiene que hacer en el suelo pues ya se le
niega también el ingreso a la oficina de migraciones. Se niega a comer en el
suelo, así que no come. Al final, se resuelve que debe abandonar el país. Es
expulsada.
El país invasor felicita al país
que expulsó al emisario.
Esto sucedió hace pocos días en el Perú, país que espera ir al próximo mundial.